Es digno de sospecha el que todas las hojas promocionales hoy día hablen de un grupo en función de otros. Tras el velo de la referencia ya sólo queda mentira, ni siquiera ilusión. En el caso de los artistas mencionados como influencia, aquello no fue necesario, ya que en su día su personalidad bastaba para hablar de ellos. Así, si ya es artero en la mayoría de casos el uso de la alusión, en este caso sobra totalmente, Tercer Sol no necesita recomendarse en función de otros, precisamente porque tienen personalidad.

Otro tema sería que su personalidad fuera recomendable, cosa que aún no está clara, como nada claro hay dentro del grupo; no son un grupo de música siniestra, sino un grupo de sujetos siniestros. Un grupo formado con averías, donde lo defectuoso sustituye al virtuosismo. En una época en la que el adjetivo oscuro aplicado a la música ya causa la misma impresión que el fantasma de Canterville, Tercer Sol han conseguido volver a traer el miedo primitivo, que se haga de día otra vez y nos vean la cara de frente. Mejor desaparecer.

Sobre el vudú rítmico trotan líneas de bajo, un empuje cabezón que forma el groove más pálido posible sin perder la capacidad de atrapar. Dos notas de sintetizador sirven para hacer una cama que dudosamente tocaremos. Pero todo esto no es nada sin la canción, y aquí es donde está la verdadera ansiedad. Son un grupo de pop de sonido abúlico y abandonado, con tendencia a la disolución, un severo trastorno de la voluntad y absoluta falta de interés por lo que hay aquí. Han agriado el almíbar del pop dejándolo madurar en una cueva húmeda y enturbiado la luz de un insomne sol consecutivo hasta que sólo proyecta sombra. Opiáceos, torvos y retorcidos, quizá la palabra más sencilla sea desequilibrados.

El problema, ahora, es que suenan totalmente equilibrados. Son un grupo raro.